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Ella (cuento)

Él salía a caminar todas las noches después de llegar del trabajo, sus pensamientos le parecían insoportables.

Ella apareció en su vida como un gato callejero, de la nada, difícil de alcanzar. Sin embargo, lo amaba.

Él, al volver a su departamento, comenzó a verla frecuentemente, solía llevar vestidos cortos y botines, le gustaba provocarlo.

Era de disfrutarse, ella hacía todo bien. Cocinaba, abrazaba, bailaba, sabía primeros auxilios, le gustaba ser amarrada en la cama; para él, era la perfección sin pijama.

Después de unos meses, la prioridad era ser uno para el otro. No dormían los viernes, desayunaban en la cama los sábados.

Ella había visto en muchas películas a otras mujeres usar la camisa de su pareja con ropa interior de encaje. Ese atuendo se volvió regla, la excepción siempre fue ella.

Cuando el rayo del sol entraba e iluminaba sus pómulos, él sentía que el cielo no bastaba.

Una semana de vacaciones con su familia, lo hizo darse cuenta de la absoluta dependencia. Su droga, su vicio, ella.

Regresó y al mirarla se sintió distinta. Ella quería vivir por sí misma, no para sus amos.

Eso lo destruyó y él comenzó a destruirla, si quebraba su dignidad, jamás lo dejaría.

La vida nunca fue la misma, después de cada encuentro ella fingía bañarse, cubría su llanto entre champú barato y toallas limpias. Tan solo quiso ser, pensó darle lo mejor todavía.

La independencia los distanciaría, o al menos eso creía. Todo consistía en la perfección de los primeros días…

Ella dejó de usar las camisas. Sentada frente a la ventana buscaba la calidez del sol cayendo sobre su pecho, esperando sentir.

Aquel día llegó con rosas, grandes y coloridas, era de madrugada. Olía a perfume ajeno, ella lo supo. Una última vez se dio y a las 5 de la madrugada salió corriendo.

Él entró en locura, miraba de un lado a otro, sin encontrarla. Imágenes mentales, casi reales. Su voz, la risa, el sabor de su sopa fría.

En la cama, sentada en el sillón, sonriéndole; necesitaba salir a buscarla, cogió fuerzas y partió de prisa hacia la estación de metro más cercana.

Ahí, de pie en el borde de las vías, ella miraba en dirección del tren, esperando.

Corrió y le gritó por su nombre.

Escuchó, y como gato asustado, saltó.

Sus ojos se abrieron, su aliento no existía, no podía gritar, rápido fue hacia los andenes, se lanzó para salvarla.


6:00 a.m., sábado.

Un hombre se arroja a las vías causando un retraso de 20 minutos.

No fue identificado, pero la vecina sugirió enterrarlo junto a su ex-novia, quién había cometido suicidio un año antes.


Lives for the memory
A woman who’s just in his head 
And she sleeps in his bed 
While he plays pretend

So pretend. – H. S.

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