ADVERTENCIA:
EL SIGUIENTE TEXTO DE CARÁCTER PERSONAL FUE ESCRITO EN 2016 Y SU CONTENIDO ES SENSIBLE.
SI TE CONSIDERAS VULNERABLE (TRASTORNOS ALIMENTICIOS), POR FAVOR, CONSIDERA ANTES DE LEER.
DIARIO DE UNA BULÍMICA
POR: ALEJANDRA JAIME
La alarma suena a las 6:35 de la mañana, escucho el ruido mientras abro el ojo izquierdo para localizar mi celular y desactivar la alarma. Me resisto a dejar la frescura de mi cama; estoy cansada, triste y ansiosa. Sé mi deber, ir a la escuela, pero ya no importa. Repasa mentalmente cada pendiente, qué clases le tocan hoy, cuánto debo hacer; recuerdo la fecha y aún así me niego a levantarme….
Saca el pie izquierdo de entre las cobijas y pisa levemente el suelo, la calidez que siente consigue que mueva la pierna derecha y se impulse hacia el escritorio. Sin embargo, apaga su alarma y regresa de un brinco al lecho. Ha decidido no ir a clases y tampoco salir de su casa. Todo porque ya le llegó el hambre… y la culpa, el estrés, las ansias, los nervios y… sobre todo… el dolor.
Otro día empieza y para ella significa otras 24 horas de lucha contra su peor enemigo: ella misma. Padece anorexia purgativa, un trastorno de la conducta alimentaria que consiste en la ingesta de alimentos durante un corto periodo acompañada de sentimientos de culpa y descontrol; acto seguido viene la purga, que la mayoría de las veces consiste en vómitos auto inducidos.
Mientras se lamenta bajo las cobijas piensa en su infelicidad, pero al mismo tiempo planea cómo bajará de peso este día. Coge su smartphone y teclea en el buscador “ayuno”, abre la segunda sugerencia porque reconoce el blog del cual procede el artículo. Lee un poco sobre el tema y se convence de hacerlo. Luego cierra esa aplicación y hurga en su galería de fotos buscando imágenes thinspo, es decir, fotografías de mujeres extremadamente delgadas y mensajes inspiracionales para bajar de peso.
El reloj ya marca las 7: 10 a.m., el tiempo vuela cuando busca, lee y registra información para adelgazar. Más minutos se le van cuando observa sin parar imágenes “motivadoras”. En el fondo, aumenta su frustración ya que se pone a reflexionar y concluye que ella nunca va lograr tener esos cuerpos andróginos.
No, a ella nunca se le notarán los huesos de las caderas, las clavículas y la espalda. Jamás conseguirá rodear con las manos sus muslos y tampoco ver entre sus piernas el famoso espacio bautizado en la red con el nombre de thin gap. “¡Qué miserable soy!”, piensa siempre.
Como si de un hoyo negro se tratará, el vacío que siente en el pecho se profana por todo su cuerpo generando una terrible sensación de vacío. Claro, un vacío emocional concentrado en la garganta. Entonces comienza a tener hambre, dentro de su mente comienza el desfile de alimentos “prohibidos” para la dieta –y el ayuno -, por supuesto.
“No lo hagas”, “contrólate”, “busca un pastel”, “no comas”, “ve al refri”, “aguanta”, “huye”.
Una llamarada de pensamientos y emociones negativas que oscilan entre el coraje y la angustia se vuelven el torbellino que la arrastra al suelo. Finalmente corre con dirección a la cocina, está por tener un atracón, en dimensiones comunes no es mucho lo que come, para ella es demasiado.
Destapa la panera, encuentra unos panqués Tía Rosa y los devora a tres bocados. El sabor a chocolate queda en su lengua y el hambre feroz aumenta. Abre el refrigerador y observa minuciosa lo que hay: jamón, queso, un tupper con el guisado de ayer, leche, verduras y gelatinas. Quiere lo más calórico –típico de un atracón- así que toma el trozo de queso panela y comienza a masticarlo, es tan rápido que termina tragando. Aún no es suficiente.
Bebe agua simple porque sabe cuánto la necesitará al momento de vomitar (“el agua ayuda a que la comida salga más rápido” leyó hace algún tiempo en un blog). Una vez con el líquido adentro prosigue a comer más. Pan con mermelada, café, el guisado, más queso. Todo se combina, ingiere tanta agua como le es posible y llega al punto donde no puede más. Hora de purgarse.
Ella cuenta la cantidad de alimentos, ignora que la porción es casi nula.
Tiene una táctica para expulsar los alimentos sin que nadie lo note. Por suerte hoy está sola, así que sólo va al baño, pone una cubeta frente a ella y de pie dobla su cuerpo para adelante. Es cuestión de que apriete el vientre y abra su boca para conseguir que la comida salga como chorro, tal cual una regadera.
Una, dos, tres, cuatro veces… no ha salido todo. Tardará y pronto alguien de su casa volverá. Aplica la técnica: se mete a bañar, abre las llaves de agua para distraer con el sonido; el líquido corriendo en su piel estimula la sensación de vómito, mete el dedo índice y anular hasta el fondo de la boca.
Han pasado treinta minutos, al fin se siente vacía. Automáticamente cree que está más delgada, sonríe por unos instantes y sale de la bañera caminando con orgullo. Cuando está en su cuarto se mira frente al espejo… “oh no”, dice. Vio su cuerpo distinto al de otras chicas , además está hinchada (el cuerpo pierde potasio, vitaminas y minerales, a la par que retiene líquido después de vomitar) y se auto percibe horrorosa, gorda y estúpida.
Lanza su cuerpo fatigado hacia la cama y sus ánimos por la ventana. Hay días como hoy que quisiera morir. Todavía no lo intenta, pero ha ideado formas para suicidarse.
Ya no ve futuro, no cree que pueda ser feliz algún día… porque piensa que nunca será delgada.
Tiene 154 cm de estatura, un peso de 42 kilogramos. Su fisonomía es delicada: cintura pequeña, brazos estrechos, piernas cortas y finas.
Su rostro está demacrado, la piel reseca, el cuerpo en general es magro. Hace 6 meses no menstrúa y ha perdido mucho cabello.
El abdomen lo tiene hinchado, probablemente sea resultado del daño que los vómitos constantes causaron a su sistema digestivo. Cualquiera que la describiera utilizaría la palabra esbelta. Lamentablemente, ella no logrará ver cómo es realmente: muy delgada.
Un rasgo típico de los trastornos alimenticios es la dismorfia corporal, es decir, tiene una percepción alterada del cuerpo o alguna parte de éste. El hecho de verse distinta a la realidad física acrecienta la duración de la anorexia o bulimia, aunque la paciente siga adelgazando no logra apreciarlo, justo como ella, quien ha bajado 11 kilos los últimos dos años que lleva padeciendo esta perversa enfermedad.
La depresión, el cansancio, los daños físicos en el cuerpo, las alteraciones mentales, el desequilibrio bioquímico y la vida social destruida son consecuencias de padecer un trastorno alimenticio. Por ejemplo, ella casi deja la escuela, no sale con sus amigos y evita salir de casa.
Alrededor de las 5:00 p.m., después de dos horas que pasó en el gimnasio tratando de quemar todas las calorías posibles, debe acompañar a su abuela al mercado. Se suben a un taxi para que las lleve; cuando llegan y descienden del vehículo Ana paga y el taxista le dice:
– ¿Estás bien? –
-Sí, no se preocupe-, responde Ana sorprendida y nerviosa al mismo tiempo. Alguien la ha descubierto.
-Pareces enfermita- afirma con insistencia el taxista.
-No, señor. Sólo estoy cansada-.
¿Cómo escapar de ti mismo?, está cansada de vivir así. ¿Cómo sentirse bien cuando te sientes solo en un mundo donde el físico tiene tanto valor? Los amigos y familiares de no saben del infierno diario. Ignoran que ella vomita hasta tres veces al día, desconocen su estado mental y emocional verdadero, incluso no se imaginan que desea morir.
No es la única. De acuerdo con las encuestas realizadas por el sector salud, en la Ciudad de México se registran anualmente 20 mil casos de bulimia y anorexia nervosa en mujeres y varones de entre 14 y 17 años de edad. Ambos trastornos alimenticios afectan en su mayoría a las mujeres, pues de acuerdo con los datos ocupan el 90% del total de pacientes.
En la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012 se estima que los últimos 20 años aumentó el padecimiento de estos trastornos en un 700 por ciento, así como la obesidad que creció en otro 300% durante el mismo tiempo. Estas enfermedades generalmente son negadas e incluso ocultadas por el enfermo.
Araceli Aizpuro, directora de la Fundación Ellen West que trata a pacientes con anorexia y bulimia en México desde hace 20 años enfatizó en una entrevista para el diario Milenio que los trastornos alimenticios no son exclusivos de ser diagnosticados en personas de clase media o alta. En el país se ha registrado que niños y adolescentes indígenas también sufren de estas enfermedades.
Un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) se origina por diversos factores, lo que significa que son causas sociales, biológicas y psicológicas las que provocan la aparición de una bulimia o anorexia. Aizpuro señala que es “un problema muy crítico, pues tiene característica de ser de tipo adictivo”; si no se atiende correctamente puede terminar en la muerte del enfermo.
Fui propensa a padecer desnutrición, infertilidad, ataques de pánico, ansiedad, depresión crónica, desequilibrio hormonal, mal funcionamiento de órganos y por consiguiente enfermedades más graves como cáncer de estómago, colón u otro tipo.
¿Qué importaba? Seguía viendo imágenes thinspo, haciendo dietas, realizando ejercicio en exceso, ayunando, sintiéndome frustrada, anhelando la muerte una y otra vez hasta conseguir la meta… estar en huesos.
Llega la noche y quiero dormir para cumplir una promesa: comenzar de nuevo la dieta o tratar de ayunar. Antes de recostarme pasó al baño, padezco estreñimiento ahora -en la mañana tenía diarrea-, dolía el estómago, sentía punzadas en la parte baja del abdomen. Me mantengo callada, oculto los síntomas a mamá.
Me preparé agua con hielos para “acelerar el metabolismo y quemar grasa”, pesaba mientras bebía 1 litro de agua en menos de cinco minutos. Fui al cuarto, me miré por última vez en el espejo, toqué mi cuerpo costilludo.
Suspiré profundo, cerré los ojos y esperé dormida el siguiente día….
CUATRO AÑOS DESPUÉS
Escribí lo anterior para una clase de la universidad, han pasado años desde aquellos días de miseria. Salí de eso, no después de tocar fondo incontables veces, sino cuando vi la vida que deseaba para mí. Fue un instante de reconocerme y amarme a mí, entender que valía por algo más, dejar de esconder quién era, trabajar en mi vacío.
Duele, pierdes para ganar estabilidad, cumplir tus metas, conocer personas, divertirte. Mentiría si prometo un proceso fácil. A veces lo recuerdo.
Me arrepiento de tantas cosas, no brinde importancia a ciertos detalles, no valoré la presencia de otras personas y desdeñé mis privilegios. ¿Qué queda? Así es va la marea, los matices cambian, pero no siempre ahogan.
Puede que hayas llegado aquí por morbo, tal vez genuina curiosidad… pero si te sientes identificada/o, permíteme ayudarte, escucharte y darte un abrazo.
Te prometo, el infierno no dura por siempre, nada lo hace.
2 respuestas a “Diario de un anoréxica”
Te leo y veo a mi hija. gracias por compartir. puedes darnos tips? ayudarnos?
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Hola, Yesua.
Mira, cuando atravesamos esta enfermedad nos cuesta pedir y recibir ayuda, porque hay una voz en nuestra cabeza que nos dice que debemos ser delgadas, seguir haciendo lo mismo. Mi primer consejo sería, que te acerques a ella, de una manera comprensiva y le preguntes algo tan simple como «¿cómo estás?» o «te sientes bien, qué hice?» Créeme que hay muchas terapias para esto, pero necesitamos una razón para curarnos y una prueba de que la apariencia física no es lo único
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