Qué egoísta me siento, sufriendo por mis problemas, cuando otros más graves se hacen presentes.
Sé que nunca fuimos unidas, cercanas, pero compartimos la misma sangre, tu hijo, es mi padre. ¿No es suficiente para conectarnos de todas formas posibles? Me duele verte ir, lenta, en silencio. Hace uno año, los papeles estaban invertidos, viniste a dar consuelo, la pronta resignación.
No supe cómo vivir contigo, pero tampoco sé cómo sería vivir sin ti. De un modo u otro, has estado siempre aquí. No te vayas todavía, muchos te necesitan, mentiría si niego, el hecho innegable, yo también te necesito.
Es demasiada angustia, la espera, la maldita espera. La ignorancia y la esperanza combinadas desgarran. Mañana cuando lea nuevamente estas líneas desesperadas, notaré la fragilidad y desorientación en mis palabras. Los años están pesando, no por sí mismos, sino por lo que está yéndose.
¿A quién se acude cuando el dolor consume?, ¿a dónde corro?, ¿hacía quién? Bastante tiempo, pensé en huir, con éxito me escabullí un par de veces, pero hoy, me doy cuenta que la cárcel está en mi cuerpo.
Querida abuela Celia.
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