Querido diario no diario.
Tuve una revelación de libertad. A lo largo de mis casi 25 años le he dado mi confianza y cariño a personas sin merecerlo. ¿Cómo? Siendo una mujer bastante amorosa, compasiva y empática.
Si bien he tenido mis momentos egolátras y narcistas, como todos los humanos, la mayoría del tiempo sigo mis principios, procuro al otro y trabajo en mí para evitar ir por la vida lastimando gente. ¿Y qué pasa cuando eres así? Te encuentras en el camino personas cuya irresponsabilidad en sí mismos te desgasta. No. No quise salvarlas, pero sí comprenderlas y ayudarlas. El costo es alto, pues terminé cediendo tiempo valioso a algunos cuyo placer, beneficio y necesidades buscan ser cubiertas a través de las mentiras, sin pretender pagar consecuencias, sea consciente o no, deberían de arreglarse, o quizá no, da igual lo que hagan, pero han tomado mi cuerpo cuando sólo ofrecí mi mano. Haciéndome sentir mal conmigo misma.
Hoy, después de varias semanas procurando más a los demás, pasando por alto claras acciones y actitudes de mediocridad afectiva o dejándome llevar por sus problemas de ese tipo de seres, la he pasado muy mal.
¿Y yo por qué? Procuro ser honesta con las personas que quiero y más con aquellas que no me importan, valoro mucho la verdad; pues prefiero tener una conciencia tranquila en orden de cumplir mis objetivos, poder descansar y tener paz mental. Digo, es imposible ser benevolente con todas y todos, sin embargo, en lo que pueda lo haré. Ya está muy jodida la sociedad como para seguirle rascando.
Lo mínimo que pido es respeto a mi tiempo, responsabilidad comunicativa y honestidad afectiva, ¿es mucho? ¡Para nada! Es lo básico si tienes un poquito de madre.
Claro, en una sociedad posmoderna donde la individualidad es exacerbada, parece demasiado. Ni modo, no puedo seguir gastando energía y siendo «buena onda» sin filtrar. Es momento de poner límites más claros y sacar del radar hombres y mujeres que a mí consideración, no merecen lo que valgo.
Fin.