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¿Y si el problema es tu trauma de la infancia y no tú?

Photo by Tanaphong Toochinda on Unsplash

Durante mi aislamiento por COVID he tenido bastante tiempo libre para reflexionar en distintos niveles. Sin duda, este ejercicio de introspección me ha llevado a cuestionarme mis decisiones profesionales, tanto que terminé en el territorio de la culpa al descubrir que mi mayor pasión en la vida es escribir sobre lo que me gusta. ¡Ajá! Me sentí terriblemente mal, pues conozco personas (del ámbito artístico principalmente) cuya pasión es la fotografía, el cine, la música o la actuación y se dedican a eso….

Yo me dedico a la publicidad, ¿me gusta? sí, pero no puedo evitar pensar en si tengo otros intereses. Lo cierto es que me interesan muchos temas, desde la moda hasta la música, hablar de «estilo de vida» por muy pretencioso que se lea, me gustaría. Me llama la atención hacer un guion, una novela, poemas, hablar de otros, de mí o crear.

El problema real, es que desde pequeña me ha costado mucho tolerar la frustración. Vayamos unos 20 años atrás.

Cuando empecé a estudiar la primaria se me dio muy fácil entender lo que explicaban; recuerdo cómo miraba a la maestra con atención cuando enseñaba las sílabas y cómo unirlas. Ella ponía un ejercicio en el pizarrón y nosotros debíamos hacerlo en nuestros cuadernos perfectamente forrados de color rojo. Al estar frente al cuaderno sólo hacia lo que me pedían a partir de mi entendimiento, ¡listo! Lo siguiente era un 10 dibujado.

Así empezó a ser en todas las clases, explicaban, yo entendía, hacia lo que pedían y obtenía halagos. La verdad, yo era inquieta y platicaba mucho, en mi casa siempre se hablaba, siempre había algo sobre lo cual curiosear, eso mismo hacía en la escuela. Acababa rápido y hacía algo más, entendí para segundo año que «era alguien muy inteligente porque sacaba 10″… recibía felicitaciones, buenos tratos, juguetes, ropa… inconscientemente comencé a irme sólo por el camino de hacer lo que me salía bien.

Fue entonces cuando me quedé en una zona mínima de riesgo, pues la idea de hacer algo distinto y que saliera mal, me producía náuseas. Si, por ejemplo, nos enseñaban salto de altura en la clase de Educación Física y fallaba en el primer intento, lo dejaba. Después me las arreglaría para sacar 10 en la materia de otra forma, y sí lo conseguía.

No soporto los juegos de mesa por lo mismo. En primer lugar, no me gusta peder, eso no está dentro de mis parámetros; en segundo, me desesperan los procesos, todo a causa de mi primer día en la primaria cuando de una vez hice las cosas bien y rápido. Así pues, no tuve que practicar… y me arrepiento, me hubiera gustado aprender desde pequeña a tocar algún instrumento.

Ahora, a mis veinticinco años descubro mi poca tolerancia a la frustración… derivada de un deseo equivoco por ser perfecta, ser perfecta significaría ser mejor que los demás, ¿y para qué? Porque así no me dejarían de querer. Tardé muchos años en llegar a esto, no se rían. Suena descabellado, suena soberbio, ¿ser mejor que los demás?, really?, sí, no por malicia, sino porque me da miedo ser abandonada o rechazada si «hago algo mal».

Después del enorme contexto, seré directa. Cuando tengo que hacer algo fuera de mi dominio, me pongo muy fatalista, nerviosa, si una coma se me va, entro en pánico. Y luego, descubrí que si mi pasión es hablar sobre lo que me gusta, debo hacer cosas nuevas. Pongo un ejemplo, hace no mucho me invitaron a reseñar algún disco, ¿todo bien, no? Amo la música. Sin embargo, me aterré porque no he escrito muchas reseñas, ¿y si lo hacía mal?, ¿sería un fraude?, ¿eso me haría menos melómana o inteligente? Todas estas preguntas y escenarios terroríficos aparecieron en mi cabeza antes de sentarme y educarme para empezar con el ejercicio periodístico de opinar sobre algo. ¡Vaya! Me torturé.

Lo sé, lo sé, pude pedir ayuda, pero apenas estoy aprendiendo. No conforme todo lo descrito anteriormente, otro trauma de la infancia se cruza, dadas las circunstancias que viví durante mi niñez, no tuve mucha opción para pedir ayuda, resulta que, cuando la pedía salía mal, mis progenitores no siempre estuvieron disponibles, entonces… mi independencia es consecuencia directa de haber tenido que resolver por mi cuenta cosas de niña. Sin guía, por supuesto, entonces «yo hago todo sola» se traduce en «no hicieron por mí lo que debían».

Sin afán de victimizarme lo cuento, es para explicar por qué mi ideal de ser perfecta + la intolerancia a la frustración + incapacidad de saber comunicar mis necesidades resultan en: siento que no estoy haciendo todo lo que me gusta a los veintitantos. ¡Tarán!

¡Pero no más! Decidí salir de mi zona de confort en todos los niveles. Por eso me atreveré a intentar reseñar lo más básico que pude elegir: yo.

Estoy bromeando. La verdad escribo esto como catarsis, como ejercicio y esperando alguien afuera llegue a leerlo y le sirva como motivación para «dar el salto».

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