Para ser alguien que habla mucho, me sorprende no tener nada que decir.
Miro a mi alrededor y descubro entre la luz tenue de algún lugar perfectamente planeando que no hay nada más profundo que la música o el sabor del cóctel.
La distancia entre lo que es y lo que creamos es tanta, abrumadora, mágica.
Nací para escribir. Y si el destino es solo una invención humana que alivia la incertidumbre de nuestra existencia, entonces diré que fui hecha para escribir.
¿Hablar? Por supuesto, pero escribir es mi verdadero lugar seguro. Es lo único que tengo. Hablando de tener, en el presente imperativo: tengo que preparar una conferencia.
Lucky me. Hablar, a otras personas, sobre mi profesión. Hablar, pararme frente algunas personas y decirles cómo llegué aquí.
Hablar. Pensar. ¿Y escribir?
Mi lenguaje del amor dirían los modernistas de la psicología son las palabras de afirmación y los actos de servicio. ¿Por? Claro que carecí de comunicación en la infancia e irónicamente letras y música fue lo único que obtuve para tranquilizar mi infantil corazón ávido de amor y contención.
Dare una conferencia.
Y aún así mi gato me ve con sus enormes ojos verdes como si estuviéramos en la corte.
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