Solía pensar que si mi gato muriera yo no tendría la fuerza para seguir adelante. Un año de pandemia estuve día y noche casi diario junto a él, recuerdo cuando creí haber perdido la cordura porque le contaba sobre mí, mis sueños, le pedía opiniones, le prometía que estaríamos bien mientras estuviéramos juntos.
Cuando la mínima circunstancia de peligro se acerca, la idea vuelve con más fuerza. Días normales lo miro de reojo y pienso que estaremos bien, pero también me digo “nada es para siempre”.
No entiendo la mitad de lo que siento o pienso, sólo entiendo cuánto necesito al gato.