Algo en este título me dice que ya lo usé. Tengo ganas de pizza y helado, tal cual como la industria cultural me enseñó a lidiar con mis emociones.
Generalmente, en las películas o series cuando algún personaje siente tristeza, lo primero que hace en la siguiente escena es sentarse frente al televisor llenando su vacío con confort food (vaya, hasta el nombre está raro) y llorando viendo una romcom, en eso, entra uno de los personajes secundarios va a darle un consejo, abrazo o extender una invitación hacia “una aventura” que entonces transforme su vida para siempre.
Es el típico argumento cliché, refuerza el consumo como mecanismo de mejora contra las emociones humanas, tan abrumadoras como demoledoras.
¿Entonces realmente quiero pizza y helado o es más bien como el sistema me enseñó a cubrir superficialmente mis emociones?
Quisiera renacer todos los días, quisiera cambiar todo lo que soy, destruirlo y crear. ¿Quién soy entonces si nada de lo que ya estaba claro resulta ser verdad?
Racionalizar mis emociones y sentimientos me ayuda a regular mi estado anímico. Escribir es ordenar ideas y pensamientos, le da estructura a mi consciencia. ¡Y para qué!
Me tumbé en la cama 12 horas seguidas, cada vez me era más difícil levantarme. Lloré, abracé mis almohadas y “dejé fluir el dolor”, pensé y pensé y pensé.
¿Por? El dolor sigue aquí. Te dicen que creas en ti, que seas tú misma, que confíes. Lo haces, sale mal, lo vuelves a intentar, sale mal.
Quizás es la gente incorrecta. Quizás no puedes ser tu auténtico yo con cualquiera. El camino a describirlo es largo, complejo, no lineal. Proceso.
Procesar el dolor. Vaya. Procesar y procesar. Intuición, templanza, las primeras palabras que vienen a mí.
Me cansé, pero no me he rendido. Es lo único que me mantiene escribiendo.